sábado, 21 de febrero de 2015

MILAGROS Y PRODIGIOS DEL SANTO ESCAPULARIO DEL CARMEN - 37


MILAGROS OBRADOS POR EL ESCAPULARIO CON EL CAPITÁN GÓMEZ SALAS

Mérida, la antiquísima y monumental Emérita Augusta, capital un día de la Lusitania, donde los emperadores romanos grabaron con sello indeleble los rasgos de su esplendor y magnificencia, se vio sujeta también, como tantas ciudades de España, a la tiranía feroz del marxismo.

Por ventura y dicha de sus moradores y para honor y gloria de la auténtica España, poco tiempo el feroz moscovita pudo sojuzgar, con el látigo de su tiranía, a esta reina de la antigüedad, que llevó uncido a la carroza de sus triunfos a los guerreros y emperadores más famosos.

Apenas iniciado el glorioso Movimiento salvador, Mérida sintió el despotismo y la tiranía brutal de un comité compuesto de indeseables e irresponsables, que hicieron sentir a sus pacíficos vecinos la zarpa del odio y todos los bajos instintos de la horda.

Bien pronto todo cuanto significaba religiosidad, valor, patriotismo, talento, honradez, fue conducido a presencia de aquellos sicarios de Moscú, que sin interrogarles siquiera las más de las veces, los conducían a la cárcel y si eran mujeres a la ermita de Santa Catalina.

Fueron más de un centenar las personas detenidas y aherrojadas por aquella horda de caribes, entre las que se hallaban distinguidas señoras y señoritas cuyo único delito consistía en ser apóstoles de la caridad; sacerdotes tan ejemplares como el virtuoso coadjutor de Santa María, don Victoriano Barroso; jurisconsultos tan dignísimos, acomodados labradores, honrados artesanos y militares tan prestigiosos como los hermanos Gómez Salas y el capitán don Federico Manresa, todos pertenecientes a la gloriosa Arma de Artillería.

Enumerar los ultrajes, vejaciones y groserías a que se vieron sometidos por aquella chusma soez, ebria de odio y de sangre, sería tarea más que prolija. Baste decir que se les sometía a los trabajos más penosos y a las faenas más rudas y humillantes, teniéndoles sin probar bocado hasta la caída de la tarde y negándoles, a veces, hasta el agua.

El día 8 de agosto, cuando ya el glorioso Ejército Nacional arrancaba de las garras del marxismo las hermosas ciudades extremeñas de Zafra, Los Santos de Maimona, Villafranca y Almendralejo, y se hallaban a muy pocos kilómetros de Mérida; los esbirros de Moscú, siguiendo su criminal consigna, sacaron de la cárcel a un grupo compuesto de unos quince hombres, entre los que se encontraba el pundonoroso capitán de Artillería don Federico Manresa, y con él lo más representativo y florido de la juventud emeritense, los cuales fueron vilmente asesinados, después de someterlos a todo género de vejaciones.

Parece lógico que no parase aquí el monstruo rojo en sus ansias de exterminio y en su sadismo inaudito de crímenes sin cuento, y, sin embargo, y esto es lo verdaderamente milagroso y lo que precisamente motiva estas páginas de loor y agradecimiento a nuestra Madre bendita del Carmen.

Unos ochenta y cinco hombres quedaban hacinados en la cárcel de Mérida, que constituían la flor y nata de la población, y que dadas las circunstancias, máxime siendo algunos de ellos militares y otros personas de elevada posición social, parece lo más lógico debieran ser al punto fusilados.

Mas la Virgen Santísima del Carmen, que prometiera un día ser salvación en los peligros de la vida para todos cuantos la invocan y llevan con devoción su, bendito Escapulario, se mostró una vez más propicia y atendió el ruego que le dirigiese su devoto hijo, el ferviente capitán don Gaspar Gómez Salas, quien desde muy niño le profesó una devoción filial y ferviente, fruto de aquella educación cristianísima que recibiera de sus santos padres, quienes tuvieron siempre por su mayor timbre de gloria el hacer de su hogar una solera de acendrado patriotismo, basado en el temor de Dios y en e] amor más puro y ferviente a la Virgen del Carmen.

En esa cantera de rancio abolengo cristiano que formaban las almas de don Ángel Gómez Góngora y doña María Salas, se forjaron los corazones de sus cristianos hijos.

Debían sacarles una madrugada, para darles el paseíto, como solían decir en son de mofa los milicianos. Los infelices detenidos tenían ya el ánimo hecho a que así había de suceder, y trataban de disponerse lo mejor posible para el viaje a la eternidad, encomendándose a Dios Nuestro Señor de lo íntimo de sus almas.

"No sé por qué —me dice mi ilustre interviuvado— sentía en mi interior una confianza ilimitada y tenía la convicción firmísima de que nada me había de suceder mientras pendiese de mi cuello el Santo Escapulario, que siempre llevé con singular afecto y devoción. Para arrancármelo, si hubieran tratado de hacerlo aquellos miserables, me hubiesen tenido que quitar la vida."

Y aquí está lo prodigioso, lo circunstancial, lo peregrino del caso: Aquellos hombres que habían decidido quitarles la vida cierta noche, no se sabe cómo ni el por qué, desisten de su resolución, tal vez por un fútil motivo; quizá no arrancara el camión en que debían ser conducidos al lugar previamente designado y, tras ligera discusión, determinan dejar para otra noche el fusilamiento, cosa que tampoco se efectúa.

¿Casualidad...? ¿Suerte...? ¿El destino...? Así discurriría, sin duda, un espíritu superficial, un materialista o un impío. Para nosotros los cristianos hay una Providencia, sin cuya permisión ni uno solo de los cabellos de nuestra cabeza se desprende ni cae del árbol la hoja, ni los planetas dejan de describir su órbita, y esa Providencia actúa casi siempre bajo el influjo de las súplicas misericordiosas de María.

Unos días después las Banderas del Tercio mandadas por el bizarro general Asensio y en cuyas vanguardias figuraba el heroico comandante Castejón, acampaban en el Tiro de Pichón, proponiéndose al día siguiente dar el asalto definitivo a la ciudad embellecida por Agripa y Trajano. El comité estaba reunido en sesión permanente, teniendo el propósito de quemar vivos, antes de salir de la ciudad, a sus presos, a quienes tenían hacinados como reses en uno de los salones de las Casas Consistoriales.

Los bidones de gasolina estaban a punto para ser rociados por las puertas y muros del edificio; se oían los primeros disparos cruzados entre los guardias de Asalto traidores y la Quinta Bandera del Tercio, que se los merendó en menos de una hora.

No había, pues, tiempo que perder, y los poncios del comité revolucionario decidieron emplear la gasolina para acabar con aquellos a quienes ya no podían rematar a tiros. Mas, ¡oh providencia maternal de la Virgen Santísima del Carmen!, un cañonazo del inmortal Barrón hizo blanco unos centímetros por bajo del reloj del Ayuntamiento y, penetrando en el salón de sesiones, puso en precipitada huida a los primates del comité, quienes, como conejos espantados, abandonaron a toda prisa el local, como alma que lleva el diablo, y sólo pensaron en salvarse por pies, sin cuidarse para nada de su presa.

"Reinó un silencio importante, escalofriante —nos dice mi buen amigo don Gaspar—. Ante el peligro inminente en que nos vimos de que otro disparo más largo que el anterior cayese en nuestra prisión, yo me puse por fuera el Santo Escapulario, apresurándome, como otros muchos, a pedir la absolución de mis culpas al dignísimo sacerdote que con nosotros se hallaba detenido."

Ante el alborozo general de verse libres de sus carceleros y escucharse ya tan cerca los disparos de nuestro glorioso ejército, los más impulsivos quisieron abrir las puertas de la prisión y lanzarse impetuosos y eufóricos a las calles, pudiendo, a duras penas, el capitán que con ellos se hallaba recluido, en unión de otros cuantos varones prudentes, disuadirlos de su descabellado propósito, ya que habría sido una temeridad el lanzarse a la calle, pues el ver salir corriendo de un local a unos ochenta hombres hubiese dado motivo a los legionarios y demás fuerzas liberadoras a creerlos rojos y disparar sobre ellos.

Se impuso al fin la cordura y la sensatez, decidiendo esperar a sus libertadores. El momento fue de una emoción y de un dramatismo indescriptible. Una avanzadilla del Tercio llegó hasta la puerta principal de las Casas Consistoriales. Como la hallasen cerrada, golpearon una y otra vez con las culatas, por ver si cedían, cada golpe era un aldabonazo dado en el corazón de los que allí se encontraban que les anunciaba el término de sus padecimientos y su incorporación a la auténtica y verdadera España, por la que tanto habían suspirado.

Al fin suenan golpes de hacha y la puerta cede; entran con precaución los del Tercio, pues saben sobradamente que el enemigo es felino, traicionero y cobarde... Los de dentro perciben claramente esta voz: "Mi teniente, debe ser por aquí. Estos son, sin duda alguna, soldados de España, pues se advierte la sumisión y el respeto al oficial y al Mando."

Un golpe a la puerta que les oculta y retiene, unos fusiles que apuntan y luego un ¡¡Viva España!! estentóreo que sale de todos los pechos y vibra más por lo mucho que estuvo represado y contenido en aquellas gargantas viriles.

Después, abrazos, risas y lágrimas, todo mezclado, en que se confunden libertados y libertadores.

"Fue una vez más la Santísima Virgen del Carmen —me vuelve a repetir mi amigo— la que nos salvó de este segundo peligro, y estoy pronto y dispuesto a sostenerlo y afirmarlo con todas las veras de mi alma, pues ninguno que la invocó con fe, como yo, en aquellas horas terribles, dejó de experimentar su protección misericordiosa."

Apenas si había transcurrido un mes; era el día 13 de septiembre, y en el contrataque a Villa Gonzalo, yendo al mando de las Milicias de Mérida, fue herido mi buen amigo el capitán Gómez Salas de un balazo en la sien, tiro que debió ser mortal de necesidad, según dictaminaran los médicos.

Mas aquel Escapulario bendito, que él guarda como venerada reliquia y que jamás le abandonó en los peligros, por tercera vez le salvó de una muerte ciertísima, sanando de la herida en muy pocos días y quedando como si nada le hubiese sucedido. Fue vehemente deseo de este hijo agraciado y protegido por la Virgen el que se difundiera esta merced que le dispensara la Virgen del Carmen, a fin de que se avive cada día más en las almas el amor a la Reina del Carmelo y para que se aumente incesantemente en los corazones la devoción a su Santo Escapulario.

Milagros y Prodigios del Santo Escapulario del Carmen
por el P. Fr. Juan Fernández Martín, O.C.