lunes, 26 de enero de 2015

LA QUINTA EDAD DE LA IGLESIA MILITANTE - VENERABLE HOLZHAUSER


De la quinta edad de la Iglesia militante, llamada edad de Aflicción, comenzando desde, León X, y Carlos V, hasta el Pontífice santo y el Monarca poderoso.

CAPITULO III. Vers. 1-6

CAPITULO III. Versiculo 1.

Vers. I. I escribe al Angel de la Iglesia de Sardis: Esto dice el que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete estrellas yo conozco tus obras.
I. La quinta edad comenzó bajo el emperador Carlos V y el Papa León X, hacia el año 1520. Durará hasta el Pontífice santo y el monarca poderoso que vendrá en nuestra edad y será llamado socorro de Dios, esto es, restablecedor de todas las cosas. La quinta edad es edad de aflicción, de desolación, de humillación y de pobreza para la Iglesia, y con razón se la puede llamar edad purgativa (purgativus). Porque en esta edad Jesucristo ha limpiado y limpiará su trigo por medio de crueles guerras, sediciones, hambre y peste, y por medio de otras horribles calamidades, afligiendo y empobreciendo a la Iglesia latina por medio dé muchas herejías y también de malos cristianos que le arrebatarán gran número de obispados, casi innumerables monasterios, riquísimos prebostazgos, etc. La Iglesia se verá agobiada y empobrecida con las imposiciones y vejaciones de los príncipes católicos, de tal suerte que podemos al presente gemir con razón, y decir con el profeta Jeremías, en su libro de Lamentaciones, c.I, v, 1. «La princesa de las provincias ha sido hecha tributaria.» Porque la iglesia está humillada y envilecida, supuesto que de ella blasfeman los herejes y malos cristianos, sus ministros son despreciados, y no se les guarda ya mas reverencia, ni respeto. Por ahí es como Dios limpiará su trigo, arrojará la paja al fuego, mientras que juntará el buen grano para meterlo en su granero. Por último, esta quinta edad de la Iglesia, es una edad de aflicción, edad de exterminio, edad de defección llena de calamidades. Porque pocos cristianos quedaran en la tierra que se hayan librado del acero, del hambre o peste. Los reinos pelearán contra los reinos, y todos los estados estarán desolados por las disensiones intestinas, Los principados y las monarquías serán trastornados, habrá un empobrecimiento casi general y grandísima desolación en el mundo. Esos infortunios en parte se han cumplido ya, y todavía se cumplirán. Dios los permitirá por un justísimo juicio, por haber llegado a su colmo la medida de nuestros pecados cometidos por nosotros y por nuestros padres en el tiempo de su liberalidad que nos aguardaba para que nos arrepintiéramos. La Iglesia de Sardis es tipo de esta quinta edad. Porque la palabra Sardis significa principio de hermosura, es decir principio de perfección que se ha de seguir en la sesta edad. En efecto, las tribulaciones, la pobreza demás adversidades son el principio y causa de la conversión de los hombres, como el temor del Señor es el principio de la sabiduría. Tememos a Dios, y abrimos los ojos, cuando las aguas y olas de las tribulaciones nos asaltan: al contrario, mientras que disfrutamos de felicidad, cada cual bajo su higuera, en su viña, a la sombra de los honores, en las riquezas y descanso, olvidamos a Dios nuestro Criador, y pecamos en toda seguridad. He hay porque motivo la divina Providencia tiene ordenado sabiamente que su Iglesia, a la cual quiere conservar hasta la consumación de los siglos, sea regada con las aguas de las tribulaciones, al instar del hortelano que riega sus plantas en los tiempos secos. A esta edad se refiere también el quinto espíritu del Señor, espíritu de consejo. Porque se vale de ese espíritu para conjurar las calamidades, o para impedir mayores males. También se vale de él para conservar el bien, o para procurar todavía mayores bienes. La divina sabiduría comunicó el espíritu de consejo a su Iglesia, principalmente en la quinta edad: 1.° Afligiéndola, para que no se corrompiese enteramente con las riquezas, honores y deleites, y para impedir pereciera. 2.º Interponiendo el concilio de Trento como una luz en las tinieblas, afín que los cristianos que la viesen supieran lo que habían de creer en la confusión de tantas sectas que por el mundo esparció el heresiarca Lutero. Sin ese concilio de Trento número mas crecido de cristianos habrían abandonado la fe católica, tan grande era entonces la divergencia de opiniones. Apenas si sabían los hombres lo que habían de creer. 3.° Oponiendo diametralmente contra ese heresiarca y contra la multitud de impíos de esta época, a San Ignacio y sociedad, quienes, por su celo, santidad y doctrina, estorbaron se extinguiese enteramente en Europa la fe católica. 4.º Por su sabio consejo, Dios hizo también que la fe católica y la Iglesia desterradas de la mayor parte de Europa, fuesen transportadas a las indias, la China, el Japón y a otras tierras lejanas donde ahora florece y donde el santo nombre del Señor es conocido, glorificado etc. Esta quinta edad está también figurada por la quinta época del mundo; la que duró desde la muerte de Salomón hasta la cautividad de Babilonia inclusivamente. En efecto: así como en esa quinta época del mundo, Israel cayó en la idolatría por consejo de Jeroboam, no quedando sino Judas y Benjamín en el culto al verdadero Dios, así también en la quinta edad, parte muy considerable de la Iglesia latina abandonó la verdadera fe, y cayó en las herejías, no dejando en Europa sino pequeño número de buenos católicos. Como a causa de su conducta la sinagoga y toda la nación judaica fueran afligidas por los gentiles y entregadas con frecuencia a la rapiña; de esa suerte también los cristianos, el imperio romano y demás reinos, ¿con que calamidades no están ahora afligidos? ¿Acaso la Inglaterra, la Bohemia, la Hungría, la Bolonia, la Francia y demás estados de Europa no nos sirven de testigos, y no tienen males que deplorar con amargas lagrimas, y aun con lagrimas de sangre? Así corno vino Asur desde Babilonia con los Caldeos para apoderarse de Jerusalén, destruir su templo, incendiar la ciudad, despojar al santuario y llevarse en cautiverio al pueblo de Dios; etc.; del mismo modo en esta quinta edad, ¿no hay por ventura que temer hagan en breve irrupción los Turcos, y tramen planes aciagos contra la Iglesia latina, y esto por haber llegado a su colmo la medida de nuestros crímenes y de nuestras mas grandes abominaciones? Como en la quinta época el reino de Israel y el de Judá se fueron considerablemente debilitando y se debilitaron, continuamente mas y mas hasta que al cabo, el reino de Israel primero, luego el de Judá quedasen enteramente destruidos, así también, en esta quinta edad, vemos que fue dividido el imperio romano, y ahora está de tal suerte agitado, que hay de que temer perezca cómo pereció el imperio de Oriente en 1452. Por último, con esta quinta edad tiene relación el quinto día de la creación del mundo, cuando dijo Dios produjeran las aguas toda especia de pescados y réptiles, criando él las aves del cielo. Esas dos especies de animales figuran la mayor libertad; ¿porque hay por ventura cosa mas libre que el pescado en el agua, y el pájaro en el aire? Así encontramos en esta quinta edad metafóricamente la tierra y el agua llenas de réptiles y pájaros. Porque abundan los hombres carnales; quienes, abusando de la libertad de conciencia, y no contentándose con las concesiones que sé les ha otorgado no ha mucho en el tratado de paz, se rastrean y vuelan tras los objetos de sus deleites y concupiscencias. Cada cual cree y hace lo que se le antoja. A ellos se refieren las palabras del Apóstol San Judas, v. 10, en su carta católica, cuando dice. «Y estos blasfeman de todas las cosas, que no saben; y se pervierten como bestias irracionales, en aquellas cosas que saben naturalmente. Estos son los que contaminan los festines: banqueteando sin rubor apacentándose a si mismo, nubes sin agua que llevan de acá para allá los vientos, arboles de otoño, sin fruto, dos veces muertos, desarraigados, ondas furiosas de la mar, que arrojan las espumas de su abominación, estrellas errantes: para los que está reservada la tempestad de las tinieblas eternas… Estos son murmuradores querellosos, que andan según sus pasiones, y su boca habla cosas soberbias; que muestran admiración de las personas por causa de interés.... «Estos son los que se separan a sí mismos, sensuales, que no tienen el Espíritu.» Así es pues como, en esta lastimosa edad de la Iglesia, hay una relajación en la observancia de los preceptos divinos y humanos, y una indiferencia en la de la disciplina; en nada se tienen los sagrados Cánones, y el clero no es mejor cumplidor de las leyes de la Iglesia que el pueblo de las leyes civiles, Somos por tanto como réptiles en la tierra y en la mar, y como pájaros en el aire: cada cual es llevado á creer y hacer lo que se lo antoja, según el instinto carnal.

II. De lo que se sigue: Esto dice el que tiene los siete Espíritus de Dios, y las siete estrellas. Esos espíritus de Dios son los siete dones del Espíritu Santo, que Jesucristo envió por todo el mundo, y reveló a las naciones en la verdad de la fe. Las siete estrellas denotan la universalidad de obispos y doctores como so demuestra mas abajo. Esto dice el que tiene los siete Espiritus de Dios y las siete estrellas; es decir, Jesucristo, Hijo de Dios, a quién todo poder fue dado en el cielo y en la tierra, tiene en su potestad los siete espíritus de la verdad de la fe, y las siete estrellas; esto es, los prelados y doctores que nos puede quitar y trasladar a lejanas naciones, por nuestros grandes crímenes, y por la dureza de nuestros corazones y de nuestra incredulidad. Eso fue lo que hizo, cuando permitió que la luz de la fe se apartara de la mayor parte de la Europa para ser trasportada a las extremidades de las indias, sumergidas en las tinieblas del paganismo. Iluminó a esas naciones por el ministerio de San Francisco Javier y otros doctores. Si no hacemos prontamente penitencia conformando nuestra vida con la de Jesucristo, es de temer se nos quite del todo esa luz de la fe. Con esas palabras, quiere de consiguiente Jesucristo conmover a su Iglesia por medio de un temor saludable, porque el temor del Señor es el principio de la sabiduría. Y como el mayor azote que Dios nos puede enviar es el de cegar a su pueblo, arrebatándole el don de la verdadera fe por medio de falsos doctores que suscita en lugar de verdaderos, y esto en castigo de nuestras abominaciones y de nuestros corazones impenitentes, he ahí porque, tocados de un santo temor y cubiertos de saco y ceniza, nos hemos de postrar humildemente a los pies de Jesucristo, y decirle con el Profeta, Salmo, L, v. 13. «No me deseches de tu rostro: y no quites de mí tu Espíritu Santo. Vuélveme la alegría de tu salud, y confórtame con un espíritu principal, etc.» Yo conozco tus obras. Con esas palabras reprende las obras de la quinta edad. Yo conozco, es decir: tus obras malas no se me ocultan, obras llenas de imperfección, obras falsas e hipócritas, tienen un exterior de piedad, y carecen de la verdad de la caridad, tus obras, es decir, tu pompa, esplendor y santidad exterior. Yo conozco tus obras: no ignoro, Yo, escudriñador de los corazones, que tus obras en general parecen buenas por de fuera, pero en cuanto al interior son malas y causan la muerte. Por esto dice y añade: Tienes nombre de vivo y estás muerto.
Podemos tener nombre de vivir espiritualmente en Jesucristo, principio de vida, de tres maneras: 1.° por la fe en Jesucristo, de ahí nos viene el nombre de cristianos; 2. ° por las obras de justicia y caridad en Jesucristo, de cuya vida vive todo aquel que no está en pecado mortal, y se encuentra en gracia de Dios; 3.° por la observancia de los consejos evangélicos, por las sagradas órdenes del episcopado, sacerdocio, etc.; por los votos que se hacen consagrándose especialmente a la vida religiosa, abandonando las pompas, riquezas y placeres del siglo, y entregándose a Dios solo y a su Cristo. Jesucristo pues reprende sobre todo a la quinta edad de estar infestada con el vicio particular de atribuirse falsamente el nombre de vivir en él, mientras que se vive de modo diverso. Eso se prueba por inducción.
1.° Todos los herejes en la quinta edad en número casi tan crecido come las langostas en la tierra, se glorían del nombre de Cristo, dicen son verdaderos cristianos y que viven en Jesucristo, y sin embargo todos están muertos y morirán eternamente, a no ser que hagan penitencia, y entren en si mismos. Solo en los labios tienen a Dios y a su Hijo Jesús, mientras que tienen al demonio en sus corazones, y al mundo entre sus brazos.
2.° ¿Cuantos millares de cristianos resfriados en este siglo calamitoso, considerando únicamente el feliz resultado de los herejes en todas las cosas, y observando malignamente las costumbres de los eclesiásticos y su modo de vivir, conservan en verdad el nombre de católicos, por un cierto temor y respeto humano, pero interiormente están muertos en el ateísmo, indiferentismo, en el calvinismo, en la falsa política, en su odio contra los sacerdotes? Tienen nombre de vivos, porque fingen la piedad, hacen como que tienen religión, se dan por gente de conciencia, comunicando con los católicos y confesando pertenecer a la verdadera fe, en presencia de los príncipes y grandes; y hasta se encargan de ocuparse de obras piadosas y de favorecerlas; ven a los religiosos y los visitan, ostentan celo con sus palabras, con sus consejos, y aun con un cierto fervor exterior para construir monasterios, colegios, por ejemplo; mas todo eso lo hacen para tener nombre de vivos, y para ser considerados por los hombres y grandes. Procuran ganar la confianza del mundo con esa apariencia de piedad y religión, afín de conseguir mejor y con mayor facilidad el fin de sus tramas y proyectos oscuros.
3.° Si examinásemos con detalle el pequeño número de católicos, su justicia nos parecería tan repugnante como un andrajo sucio, porque la mayor parte solo se entregan a los deleites, y están muertos en el pecado. Sirven únicamente a los ojos, se glorifican en las cosas exteriores, y parecen ignorar que no se reciben las ovejas trasquiladas; porque estando fríos en la caridad cristiana, lo que buscan son sus comodidades y ventajas personales. Por lo ordinario no se encuentra en los tribunales justicia ni equidad; mas si, aceptación de personas y regalos, de lo que resulta sean los procesos interminables. La humildad está casi desconocida en esto siglo y debió ceder su lugar al fausto y a la vanagloria, a la que se disculpa bajo el pretesto de conveniencias y de rango. Se ridiculiza la simplicidad cristiana, se la trata de locura y tontera, mientras que se considera como sabiduría el saber engreído y el talento de oscurecer con cuestiones insensatas y argumentos complicados todos los axiomas de derecho, los preceptos de moral, los santos cánones y dogmas de la religión; de tal suerte que ya no existe ningún principio por santo, autentico, antiguo y cierto que sea, exento de censuras, criticas, interpretaciones, modificaciones, demarcaciones y cuestiones de la parte de los hombres, etc. En verdad se frecuentan las Iglesias, pero no se muestra en ellas respeto por la presencia de Dios omnipotente, allí se ríe, allí se habla, se mira acá y allá, se chancea, se provoca con miradas etc. Se viste el cuerpo lujosamente mientras que el alma está manchada con las inmundicias del vicio. La palabra de Dios está descuidada, despreciada, ridiculizada. Las santas Escrituras ya no son mas apreciadas, a los que se estima y considera son Machiavel, Boin, y a todos sus semejantes. El espíritu y no el corazón es lo que se cultiva en la educación de los hijos, y estos se hacen desobedientes, disolutos, hablanchines, charlatanes e irreligiosos. Los padres los aman con amor desordenado disimulando sus defectos, no corrigiéndolos, ni haciendo observar la disciplina domestica. Un hijo debería ser sencillo, bueno, amante de la verdad, verdadero cristiano, recto y justo; pero se cuida de que mas bien sea político o sabio. Solo cuando consiga hablar muchas lenguas y formarse a las costumbres extranjeras será juzgado joven de mucha esperanza y ciudadano perfecto. Además se exigirá de él, sepa fingir, disimular, hablar y sentir de un modo nuevo, hacerse a todo e imitar todo, como un comediante. En fin sus placeres los ha de buscar solamente en las novedades; etc. Así es pues como este siglo hace consistir su justicia y su vida en la falsedad, pompa exterior, en la moda y aplausos de los hombres, y entre tanto descuida la justicia verdadera e interior, la sola que agrada a Dios
4.° Nada diré de cuan desdichados son los eclesiásticos y religiosos: porque muchos de ellos tienen nombre de vivos, y están muertos, etc. Ese detalle basta para probar con cuanta razón Jesucristo dirige estas reprensiones a la quinta edad de la Iglesia, diciéndole: Tienes nombre, que vivo y estás muerto. ¡Ah! ¡Cuan pocos son los hombre que estén verdaderamente vivos en este siglo, sirviendo al Señor su Dios y siendo los amigos de su Cristo! Es por lo tanto el sentido de estas palabras: Tienes nombre, e vivo, y estás muerto en la falsa doctrina; estás muerto en el ateísmo y falsa política; estás muerto en la hipocresía y justicia fingida; estás muerto en tus pecados ocultos, en el secreto de tus abominaciones; estas muerto en tus placeres y deleites; estás muerto en el descaro, envidia y orgullo; estás muerto en los pecados carnales, en la ignorancia de los misterios y de las cosas necesarias a la salvación; en fin, estás muerto en la irreligión y desprecio por la palabra de Dios; porque toda caridad, sola y verdadera vida en Jesucristo, se resfrió en ti.

III. Vers. 2, Sé vigilante, y fortifica a las otras cosas que estaban para morir. Con esas palabras exhorta a los pontífices, prelados y doctores a la vigilancia y solicitud pastoral, las que deben ser tanto mas grandes, cuanto mas malos y difíciles son los tiempos, habiéndose introducido en el mundo muchos lobos entre las ovejas: por esto mismo estas están mas expuestas a la corrupción, rapacidad y peligro de perecer, si no encuentran un apoyo solido en la vigilancia y solicitud de los prelados. De intento dice: Sé vigilante en rogar a Dios por los que te han sido confiados, y por los débiles en la fe; Sé vigilante en el amor para con los pecadores. Consiste el fundamento de la verdadera vigilancia, y de la solicitud pastoral, en orar frecuente, humilde y devotamente por sus ovejas: por las buenas, para que se conserven; por las frágiles, para que sean aliviadas y fortalecidas; por las malas en fin, con el objeto de atraerlas a la verdad y a la justicia etc. Sé vigilante en tu persona, para que sean santos e irreprensibles tus pensamientos, palabras y acciones; para que seas casto, sobrio, modesto; y no seas colérico, arrebatado ni tirano. Sé vigilante en tu casa y domesticidad; para que tu morada sea santa y pura de toda fornicación y escándalo. Sé vigilante en conservar una doctrina sana y ortodoxa, afín de predicar a los adultos y enseñar a los niños. Sé vigilante, y cada cual cumpla con su obligación, el obispo, el prelado, etc. Sé vigilante y ten cuidado de visitar examinar, corregir, exhortar, consolar y proteger a los prelados, curas y predicadores que están bajo tu jurisdicción. Sé vigilante en procurar buenos obispos, buenos prelados, buenos párrocos, y buenos pastores de almas a todos tus subordinados que permanecen en la sana doctrina. Sé vigilante, contra la malicia de los herejes, contra los malos libros, y falsos cristianos, contra las costumbres depravadas y vicios públicos, contra los escándalos, robos, adulterios, etc. Y fortifica, es decir, conserva a cuantos católicos quedan, quienes cayendo insensiblemente en la herejía y en el ateísmo, mueren, por falta de vigilancia pastoral etc. De intento dice el texto en sentido condicional: Y fortifica las otras cosas que estaban para morir; porque 1.° como se dijo, el resto de católicos se conservó en Europa por el socorro del concilio do Trento, de la compañía de Jesús, y de otros hombres piadosos; sin esos recursos hubieran caído todos en la herejía, y hubiesen muerto espiritualmente. 2.º Esas palabras están puestas en sentido condicional, afín que los obispos, prelados y demás pastores de almas entiendan, que no depende de la casualidad ni de una ciega predestinación de Dios, la salvación o muerte de las almas rescatadas con la preciosa sangre de Jesucristo, como quizás se lo imaginan los pusilánimes e impíos; sino que al contrario, sepan que la vida de las almas depende de la vigilancia y solicitud, la muerte eterna proviene del escándalo y negligencia de los pastores.

IV. Sé vigilante y fortifica las otras cosas que estaban para morir. Aquí Jesucristo todavía nos intima y hace resonar en nuestros oídos, por la voz del profeta, la necesidad de la vigilancia, por que nos encontramos en tiempos malos, y en un siglo lleno de peligros y calamidades. La herejía toma pujanza por todas partes y levanta la cabeza; su cuerpo so fortalece más que nunca, y sus prosélitos han obtenido poder casi por todo. Han triunfado en el imperio, en los reinos y repúblicas, y se han enriquecido con los despojos de la Iglesia. He ahí por que razón muchos católicos se entibiecen, los tibios defeccionan, y gran número se escandaliza en su corazón. La guerra es también causa de que se ignoren hasta las cosas más esenciales de la fe. La corrupción de costumbres va creciendo en los campos y entre los soldados a quienes rara vez se conceden buenos pastores, buenos predicadores y buenos catequistas. De allí proviene que la generación permanezca agreste, grosera e inflexible; ignorando todo o casi todo; no preocupándose de Dios, ni del cielo, ni de lo honesto. Conociendo únicamente la rapiña, el robo, la blasfemia y la mentira; no estudia sino para ver como engañar con artificios a su prójimo, etc. En la fe católica, la mayor parte están tibios, ignorantes, artificiosamente engañados por los herejes, quienes se jactan de su felicidad, se regocijan de ello, y ridiculizan a los verdaderos fieles, a los que ven por otra parte afligidos, empobrecidos y desolados. Al mismo tiempo nadie estudia las ciencias sagradas; por que los parientes están pobres, y en la mayor parte de los seminarios solo hay desolación, ya no disfrutan de las pagas ni rentas de sus fundaciones. Por lo que se acaba de decir, y aun por otras miserias, se comprende de un modo evidente, cuan grande es el peligro que amenaza a la fe católica en el imperio romano. Sed pues vigilantes ¡Obispos y Prelados de la Iglesia de Dios! Aconsejaos en vosotros mismos, y reflexionad concienzudamente con vuestras ovejas sobre los medios de procurarles, en esta urgente necesidad, sacerdotes piadosos, celosos e instruidos, quienes, con su sana palabra y buenos ejemplos, brillen como una luz a los ojos de sus ovejas, afín de conducirlas a buen pasto, y fortalecerlas en la fe católica. Sé vigilante y fortifica las otras cosas que estaban para morir: Por que no hallo tus obras cumplidas delante de mi Dios. Jesucristo habla aquí como hombre y como cabeza invisible de la Iglesia. La divinidad, en el abismo infinito de su eterna presciencia, le reveló los defectos y pecados de los pastores y demás miembros futuros de la Iglesia, y al mismo tiempo le confirió la misión de corregirlos. Jesucristo funda por lo tanto su reprensión en la falta de vigilancia y solicitud pastoral, de las que se habló mas arriba, exigiéndolas Dios de los Obispos y prelados de la Iglesia. Ese es el motivo de que se valga do la conjunción por que, la cual une lo que precede con lo que sigue, a saber: Sé vigilante.... Porque no hallo tus obras cumplidas delante de mi Dios. Es decir, tú no cumples con tu obligación como pudieras y debieras hacerlo; no eres bastante vigilante, no tienes suficiente solicitud para con las ovejas que te han sido confiadas, porque tus obras no son completas, es decir, perfectas, de caridad, y poco cuidado tienes de la salvación de las almas: Porque no hallo tus obras cumplidas, con respecto a las órdenes, instituciones, promociones, visitas pastorales y disciplina. No hallo tus obras cumplidas; por que tú no andas como yo recibí el mandato de mi Padre, y como anduve yo mismo en la humildad, pobreza y abnegación de las pompas del siglo. Por eso dice pues Jesucristo. Porque no hallo tus obras cumplidas para expresar que no agradan a su voluntad, contra la cual tú operas, no cuidándote sino de ti mismo, siendo indulgente para con tu persona en la ceguedad de tu amor propio y de tus deleites. Afectas el fausto, te envaneces con los honores, prodigas mi patrimonio en el exceso de la mesa, brillo de las cortes, esplendor de palacios y numerosa servidumbre; en el lujo de caballos y carruajes; en los medios de engrandecer y enriquecer a tus parientes; en una palabra, en la pompa del siglo. Mientras que por el contrario, debieras emplear tus rentas en alimentar a los pobres, consolar a las viudas y huérfanos, y socorrer a los católicos en los países donde han sido empobrecidos y despojados por las dilapidaciones de los herejes y demás enemigos de la religión; y donde gimen bajo el yugo, faltos de socorros humanos. Debieras también emplear tu beneficio en favorecer los estudios de la juventud que carece de medios, con el objeto de suplir a la penuria de buenos pastores, e igualmente afín de restaurar las iglesias en ruinas, como todas esas obras pertenecen al deber pastoral, sin que tú con todo eso las desempeñes, no hallo tus obras cumplidas delante de mi Dios, quién conoce tus faltas, las cuales te harán inexcusable en su juicio.

V. Vers. 3. De donde se sigue: Acuérdate pues de lo que has recibido, y oído, y guárdalo, y haz penitencia. Aquí aplica el remedio al mal, Ese remedio se compone de cinco cosas: 1,° Acuérdate pues. Esas palabras recomiendan la meditación frecuente de una verdad seria e importante; y el recuerdo constante y firme del deber pastoral. Ese recuerdo, esa meditación son una obligación no menos grave que importante para los obispos, prelados y demás pastores, quienes deben hacer de ello el sujeto habitual de sus reflexiones, y grabarlas profundamente en su memoria. Es de consiguiente el fundamento y primer remedio para los prelados corregirse de sus defectos y negligencias, de estudiar y conocer las obligaciones de sus empleos. Por eso dice en segundo lugar: Acuérdate pues de lo que has recibido, con esas palabras, Jesucristo designa la cualidad de la carga del deber episcopal y pastoral, que son santos, y se recibieron para ministerio de ángeles; el que Dios confió a los hombres, no como un reino o ventaja terrestre, sino para salvación de las almas, por quienes Yo, dice él, Hijo eterno de Dios, Rey de reyes, y Dominador de los que dominan, descendí de los cielos, me hice hombre, nací en un establo, alojé entre animales, viví en la pobreza y humildad, conversando con los hombres en la tierra por espacio de 33 años; por fin, fui crucificado entre dos ladrones. ¡Oh tú! prelado y pastor, tú no recibiste pues ese oficio para que los hombres te honren e inciensen, ni para entregarte a los deleites y delicias de los convites, ni para amontonar oro y plata, ensalzar y enriquecer a tu parentela, ni para buscar las pompas del siglo o la vanidad del mundo, sino para que tú fueras imitador de mi. Si quieres ser admitido en el número de mis escogidos, debes tú ser puro e inmaculado entre los hombres, de quienes has de ser modelo tanto mas distinguido, cuanto mas elevado, santo y perfecto es el ministerio que recibiste en herencia. Tu carga es pesada, llena de trabajos, solicitudes y peligros. Exige por lo tanto una vigilancia exacta, temor de Dios, oración continua e infatigable, casta sobriedad, etc. Acuérdate pues de lo que has recibido; es decir, para que fin fuiste instituido pontífice, obispo, prelado, a saber: para apacentar el rebaño que te se confió, para resplandecer como una luz en la oscuridad, para ser sal de la tierra y sazonar espiritualmente las almas y espíritus de los hombres; para ser la cabeza y jefe que vivifica a los miembros y al cuerpo eclesiástico. Acuérdate de lo que has recibido de mi Dios: tantos dones naturales, de fortuna y de gracia dada gratuitamente, no para gozar arbitrariamente de esas ventajas, sino para hacerlas producir fruto como un siervo fiel y útil. Tú no has recibido esos dones para esconderlos en los pliegues (1) de tu amor propio, o para enterrarlos en la tierra de los deleites y honores, sino para que den fruto y aprovechen espiritualmente a mi Dios, por tus obras de misericordia y de caridad: te debes servir para las viudas y huérfanos, y para sostener a los pobres e indigentes al ejemplo de mis santos, de hay viene el tercer ingrediente del remedio: Acuérdate pues....de lo que has oído en mi Evangelio: De que suerte me comportaba yo entre los hombres, dando yo mi vida por mis ovejas. Acuérdate pues de lo que has oído en los hechos y en la vida de mis apóstoles, cual ha sido su conducta. De lo que has oído de tus padres, tus predecesores: pontífices, obispos y prelados de mi iglesia. Tú sabes en efecto que fueron humildes, pobres, prudentes, sobrios, castos, llenos de solicitud y dotados de todas las virtudes. De consiguiente, al ejemplo de tu Señor y maestro, de los Apóstoles, de los demás santos y amigos de Dios, debes vivir como ellos vivieron, y conducirte en este mundo como ellos se condujeron. Acuérdate....de lo que has oído de la vida y conducta que los santos Cánones, los escritos de los santos Padres, los concilios generales, provinciales y diocesanos prescriben. Acuérdate de lo que has oído nuevamente en el concilio de Trento, de todos sus estatutos sobre la vida, honestidad y reforma que se debe observar. Por esa razón añade al momento el cuarto remedio: Y guárdalo. Esas palabras nos excitan a observar lo que mas arriba so dijo, y al mismo tiempo contienen una reprensión particular sobre el vicio de este siglo, que consiste: en no observarse casi ninguno de todos esos deberes indicados. Porque nuestro siglo es carnal y delicado: se vanagloria de muchas cosas, particularmente da sus ciencias sublimes. Porque sabe mucho, se cree en derecho de no observar cosa alguna. Tenemos en efecto tantos santos cánones, tantos saludables concilios generales y sinodales, tantas buenas leyes civiles, libros espirituales, interpretes de las santas Escrituras; tantos escritos de santos Padres llenos de fuerza y de doctrina: en fin, tantos ejemplos de santos, sin embargo, ¡cuan pocas son nuestras buenas obras! ¡Ah! ¡somos hijos de un siglo carnal! Por esto nos exhorta Cristo y nos incita a imitar y seguir con nuestros actos el camino recto que conocemos, y por el cual él y sus santos han caminado, sirviéndonos de ejemplo. El quinto remedio está en las siguientes palabras: Y haz penitencia. La penitencia que aquí nos prescribe encierra tres puntos, a saber: 1.º El hombre debe reconocer y confesar su falta. 2.° Debe pedir perdón a Dios con un corazón contrito y humillado. 3.º Debe corregirse de sus pecados, reformar su vida y conducta, y satisfacer debidamente por sus culpas. Mas, como la generación perversa de esta quinta edad de la Iglesia, nada de eso hace, he ahí porque Cristo exhorta con todo encarecimiento a su iglesia a que haga una penitencia saludable, la que él nos propone, no tan solo como remedio esencialmente necesario para que vuelva a la vida espiritual nuestra alma muerta en el pecado, sino que también como medio de apaciguar la cólera de Dios, de apartar de nosotros los males que ha derramado sobre esta generación, y todavía derramará por torrentes hasta el infinito, si no hacemos penitencia. A pesar de todo eso nadie quiero convertirse, como se puede probar por indución. Efectivamente, 1.° los herejes que murieron en sus errores desprecian la penitencia, y no reconocen o no quieren reconocer su estado miserable; hasta llegan a vanagloriarse, y dicen obran bien aunque estén muertos. 2.° Entre los católicos, pocos son los que reconocen sus defectos y pecados. Todos los obispos, prelados y pastores de almas dicen cumplen siempre bien su obligación, que vigilan y viven según conviene a su estado. Lo mismo los emperadores, reyes, príncipes, consejeros y jueces, se glorifican de haber obrado bien. Todas las sagradas órdenes pretenden ser inocentes. En fin el mismo pueblo, desde el primero hasta el último, tiene por costumbre el decir: ¿Que mal hice, o que mal hago? Así es como todos se excusan. Luego para que la divina Sabiduría y Bondad pudiese traer a penitencia esta generación pervertida y corrompida al más alto grado, envió casi continuamente sobre ella los males de la guerra, pestes, hambre y otras calamidades. Por eso también muy recientemente a la Alemania entera con 30 años de continuas y asombrosas calamidades, a fin que abriésemos al cabo los ojos, reconociésemos nuestros pecados, e implorásemos el perdón y misericordia de Dios con un corazón contrito y humillado; y también para empeñarnos a reformar nuestra vida y conducta, cada cual según las obligaciones de su estado. Más en lugar de todo eso, nos hemos vuelto más malos, estamos a tal extremo ciegos, que ni siquiera creemos nos hallamos sumergidos en esos males a causa de nuestros pecados, cuando sin embargo dicen las Escrituras. «No hay males en Israel, que Dios no haya enviado». De lo que es de temer se exaspere aun más el Señor en su cólera, de la que nos amenaza con las siguientes palabras.

VI. Vers. 3. Porque si tu no velares, vendré a ti como ladrón, y no sabrás en que hora vendré a ti. 1.º Después de prescrito el remedio, sigue una terrible amenaza contra la Iglesia de Dios. Porque si tu no velares después de haber por fin salido del sueño profundo de tus deleites, pereza y pecados, en los que hasta lo presente te adormeciste, vendré a ti, suscitándote desgracias, se expresa en tiempo futuro, porque como se ha dicho con frecuencia, la cólera de Dios, en la longanimidad de su bondad, nos amenaza repetidas veces de lejos y mucho tiempo antes. Pero afín que no imaginemos estar al abrigo de sus golpes por ser lento en descargarlos, dice: Vendré a ti, de una manera cierta e infalible. Las Escrituras nos advierten del mismo modo, en Habacuc c. II. v. 3: «Espéralo; vendrá y no tardará.» 2.° Vendré a ti...como ladrón. Aquí compara su visita y el envió de sus males a la llegada de un ladrón, Porque, a, el ladrón suele llegar de repente y al improviso; b, llega durante el sueño; e, hace infracción en la casa; d, por último pilla y roba todo. Tal será pues el mal que Dios suscitará contra su Iglesia. Los herejes y tiranos serán ese mal, ellos vendrán de repente y al improviso, harán infracción en la Iglesia durante el sueño de los obispos, prelados y pastores; se harán superiores y saquearán y pillarán los obispados, prelaturas, bienes eclesiásticos, como vemos, con nuestros propios ojos hicieron en Alemania y en el resto de la Europa. Hasta peligra continúen dominando y saqueando lo que queda. Vendré a ti como ladrón, suscitando contra vosotros las naciones bárbaras y los tiranos, quienes vendrán como un ladrón, de repente y al improviso, mientras que vosotros dormiréis en vuestras antiguas costumbres de deleites; impurezas y abominaciones. Harán infracción y penetrarán hasta en las mismas fortalezas y guarniciones. Entrarán en Italia, devastarán a Roma, quemarán los templos y minarán todo, si no hacéis penitencia y si por fin no os despertáis del sueño de vuestros pecados: Y no sabrás en que hora vendré a ti. Jesucristo hace aquí notar como de paso, la ceguedad con que Dios suele herir a los príncipes del pueblo para que no puedan prever, y de consiguiente ni precaver los infortunios que los amenazan. Porque oculta a sus ojos, pesados con el sueño de los deleites, los males y venganzas que deben asaltarlos. En ese sentido dice pues. Y no sabras en que hora vendré a ti; es decir, estará a tu vista escondido el tiempo de su visita, no podrás ya prevenir el mal, ni prepararte al combate, porque el enemigo vendrá con rapidez, e inundará todo como las aguas de un rió impetuoso, como la flecha arrojada al aire, como el rayo, como un galgo.
Vers. 4. Más tienes algunas personas en Sardis, que no han contaminado sus vestiduras. Ahora sigue el elogio ordinario del pequeño número relativamente a la multitud de hombres en la tierra. Porque por mas que la iglesia esté afligida y desolada, y por mas depravado que esté el mundo, el Señor Dios siempre se reservó y reserva santos amigos suyos, quienes brillan como una luz o como un faro en medio del mundo, para impedir que todo se corrompa y sea envuelto en tinieblas. Tienes algunas personas en Sardis, que no han contaminado sus vestiduras, con esas palabras él indica la especie de iniquidad con que está infestado y manchado el universo entero fuera de algunas excepciones, y la señala como asemejándose a los vestidos manchados. Es así que los vestidos se manchan; 1.° Con el lodo y estiércol que se encuentra pasando por las calles. 2.° Con las basuras de diversas inmundicias que se emplean para la conservación de la vida. 3. ° Con la peste y la lepra. Esas tres metáforas significan la universalidad de pecados graves en que el mundo casi entero está encenagado consumiéndose lentamente en enfermedades que son hasta letales. En efecto, esta generación está totalmente pervertida es delicada, afeminada desidiosa, carnal, avara y soberbia. De allí resulta que ella se sumerja eh el lodo de los deleites y placeres, en la herejía y olvido de Dios su criador. Sobre tanta cantidad de estados diversos, y muchedumbre de hombres que hay en el mundo, solo un corto número cree aun de todo corazón en el Señor Dios, que esta en los cielos. Hay pocos que esperan en la divina providencia, los que sirven a Jesucristo según el estado de su vocación, y aman a Dios y al prójimo. Por esta razón dice: Algunas personas. El testo latino se expresa con la palabra nombres (nomina) es decir: tan pequeño número que con facilidad se pueden nombrar por sus nombres: Como dicen las Escrituras: «Aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida», a causa del pequeño número de los que se salvarán. «Porque muchos serán los llamados y pocos los escogidos.» (2) Los cuales andarán conmigo en vestiduras blancas porque son dignos. El Apóstol indica aquí la conducta de Cristo en la tierra, cuyo ejemplo seguirá ese pequeño número de amigos. Cristo anduvo vestido de blanco. 1. porque vivió entre los hombres en la mayor mansedumbre, pureza, humildad, pobreza, paciencia y abandono: virtudes todas de Jesús representadas por el vestido blanco, 2,° Anduvo vestido de blanco, cuando en su bendita pasión Herodes le despreció, le revistió de una túnica blanca; y haciéndole pasar por loco, lo devolvió a Pilatos. De igual modo, el corto número de elegidos que se conservan inmaculados en medio del siglo, andan, al ejemplo de Cristo en la tierra, en grande humildad, desprecio, pobreza, mansedumbre; y gimen en sus corazones cerca del Señor su Dios. Tienen que sufrir mucho, son despreciados y escarnecidos por el mundo, porque su vida y conducta se consideran cono una locura. El mundo, en efecto, es de esa suerte que suele tratar a los santos de Dios, así es como siempre los ha juzgado; y no ha tenido vergüenza de juzgar hasta al mismo Hijo único de Dios, venido del cielo por la salvación de los hombres. He ahí porque Jesucristo dice para consolar a sus amigos, Joa c. XV. v. 17. «Esto os mando, que os améis los unos a los otros. Si el mundo os aborrece: sabed que me aborreció a mi antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo que era suyo: más porque no sois del mundo, antes yo os escogí del mundo; por eso os aborrece el mundo. Acordaos de mi palabra, que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su Señor. Si a mi me han perseguido, también os perseguirán a vosotros.» En efecto, la amistad de este mundo es enemiga ante el Señor, y la amistad con Dios es enemiga del mundo: Por lo que dice el texto: Las cuales andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas. Nos asombra la amistad y aprecio de Dios para con sus justos y amigos, en cuanto quiere y permite que ellos vayan errantes por el mundo, cubiertos de pieles de oveja despreciados, empobrecidos, envilecidos, en medio de las tribulaciones, persecuciones, injurias, ultrajes, tentaciones, frío, desnudez, etc. Al contrario, el mundo y los que pertenecen al mundo prosperan en los placeres, viven en la gloria y riqueza, se ríen y alegran en la abundancia de todos los bienes. Ese es el afecto que Dios tiene a sus escogidos, del que no es digno el mundo. De ahí este pasaje de San Pablo a los Hebreos, c. XI, v, 35: «Los unos fueron estirados, no queriendo rescatar su vida, por alcanzar mejor resurrección. Otros sufrieron escarnios, y azotes, y cadenas, y cárceles. Fueron apedreados, aserrados probados, murieron muerte de espada, anduvieron, de acá para allá, cubiertos de pieles de ovejas, y de cabras, desamparados, angustiados, afligidos: de los cuales el mundo no era digno.» Muy bien sabían eso los santos Apóstoles de Dios, quienes se volvían llenos de gozo de delante del consejo, porque habían sido hallados dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús.

VII. Vers. 5. El que venciere, será así vestido de vestiduras blancas. Esas palabras encierran la promesa de una recompensa, de una retribución y de un pleno consuelo en la otra vida. Con esa promesa nos exhorta como soldados, y nos estimula a la victoria El que venciere mundo, carne y demonio; el que venciere escapándose del yugo del diablo, a quien estaba antes sujeto por sus pecados y deleites, e hiciere penitencia; el que venciere practicando la caridad para con Dios y el prójimo, la cual borra la multitud de nuestros pecados; el que venciere permaneciendo en la fe católica verdadera, en medio de largas defecciones, escándalos y aflicciones de los, cristianos; el que venciere las persecuciones, tribulaciones, angustias y calamidades intentadas por los herejes y malos cristianos; el que venciere las astucias, engaños, falsedades, con la prudencia y verdadera simplicidad cristiana; en fin, el que venciere perseverando en la sana doctrina, con costumbres santas y sincera caridad: ese será así vestido de vestiduras blancas; es decir, se le retribuirá plenamente, según la medida de sus padecimientos, Porque cuanto mas haya uno sido despreciado en este mundo, tanto mas será glorificado en el otro, cuantas mas tribulaciones, tanto mas consuelos. Mas habrá uno sido oprimido en la humildad, pobreza, desnudez, sed, miseria, persecuciones, tribulaciones y adversidades de este mundo, mas también será ensalzado en la otra vida. Abundará de riquezas celestiales, será revestido de la estola de la inmortalidad, será saciado con la plenitud de todas las delicias, que nunca jamás faltarán, Para mayor consuelo de los afligidos añade la partícula: así, y no borrare su nombre del libro de la vida. El libro de la vida, es la predestinación, sea la presciencia eterna de Dios, mediante la cual de toda eternidad dispuso su reino para los escogidos de un modo cierto e infalible, según las obras de cada uno. Así, tal es la promesa que hace aquí para consuelo de sus amigos y justos. Y no borraré su nombre del libro de la vida; es decir, quedará inscrito como heredero en el testamento de la eterna herencia; la que nadie le quitará en los siglos de los siglos. Y confesare su nombra delante de mi Padre y delante de sus ángeles. La confesión de Cristo será el mayor honor de los santos en el cielo. Esta confesión, que por otra parte se repite con frecuencia por los evangelistas, se promete aquí para los que hayan confesado su santo Nombre en la tierra, Y lo hayan guardado, no solo de boca, sino que también de corazón y de hechos. Más, esta confesión del santo Nombre de Jesús hecha por los hombres en presencia del mundo, es totalmente extraña a la perversa generación de nuestra época; porque casi todos confiesan de boca que conocen a Cristo, pero con los hechos lo reniegan. La confesión de Cristo delante de su padre, solo se promete aquí a sus fieles siervos, como una especial recompensa, como un, estimulo para sus soldados a la victoria, y como el mayor honor que les reserva, de ser alabados y confesados por él, hasta delante de su Padre, Rey de reyes, Señor de señores, y en presencia de millares de ángeles y de todos los santos de Dios.

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(1) N. D. T. E. En la versión francesa se lee linge, literalmente significa ropa blanca, lienzo, no encontrando adecuada esa palabra, la he traducido por pliegues. Además es preciso advertir, que también el continuador de la obra notó esa voz diciendo: Expresión bíblica.

(2) Relativamente a la masa de los impíos e infieles.


INTERPRETACIÓN DEL APOCALIPSIS
Venerable Bartolomé Holzhauser.
Paginas 108 a la 132.
Traducido al Español por Fr. Ramón de Lérida

Imprimátur
Fr. Damiano de Vareggio Vist. Apost. I Comis. Gen. Cap.
Serena, 6 Mayo 1860.

Imprimase
EL OBISPO DE LA SERENA (CHILE)

Imprenta de la Serena.- Convento de San Agustín N.º 36.
Año 1860.