sábado, 2 de agosto de 2014

LA MEJOR BANDERA LA CRUZ - VIII


VIII 
La guerra de Los Segadors„ (I). 

A un catalanisla. 

¿Y es usted, tan blasonador de su catolicismo y de su catalanismo, el que ignora la gloriosísima historia católica de la gloriosisima Cataluña? ¡Vivir para ver! 

Confiesa V. que no alcanza a comprender cómo puede enlazarse la santa Cruz con el Regionalismo catalán, «sin desencajar aquélla de su pedestal religioso y rebajarla a las cuestiones políticas y económicas». No sabe «qué lazo puede haber entre la Religión y la autonomía»; no se explica «por qué hemos de procurar antes la primera que la segunda»; no entiende «por qué razón o ilusión se ha de esperar que unos cuantos crucíferos que ahora son (somos) inermes y privados de recursos, lleguen a ser tantos y se desvíen tanto de su misión religiosa, que por fuerza de armas venzan a la revolución y establezcan la autonomía administrativa en las regiones iberas».

Amigo mío, parte V de un funestísimo supuesto herético, cual es el que la Religión debe separarse de poitica, que a Cruz es incompatible con la espada, que Dios nada tiene que ver con el gobierno y la administración de los pueblos. 

Además, parece que finge V. ignorar lo que hemos publicado sobre el sello católico del Regionalismo, ya considerado en cuanto a los Fueros, ya en cuanto a los Privilegios, etc. 

Ni he de explicar aquí lo primero ni repetir lo segundo; de lo uno y lo otro hemos escrito mil páginas, que V. puede leer si desea convencerse. Por toda contestación, ya que V. la desea pública y a muchos puede hacer bien, le recordaré lo que V. parece ignorar: un episodio de la grandiosa historia catalana, o más claro, el principio de la famosa guerra de los Segaclors. 

Nada digo del desarrollo de aquella funestísima guerra; porque si degeneró en guerra civil de separatismo, los cortesanos del inepto Felipe IV, y en particular su ominoso favorito el Conde-Duque, fueron los verdaderos culpables. Cataluña se vio forzada a separarse de Castilla y acogerse a Francia, so pena de entregar sus códigos de libertad cristiana al pasto de la caballería de Felipe; y si en algo erró, bien demostró su buena fe con las públicas y oficiales rogativas, solemnes fiestas, penitencias y demás, con que en cien ocasiones imploró los auxilios del cielo contra el tiranizador ejército del adulado monarca. Pudo errar, pudo pecar; pero Dios que la quería española, acogió sus plegarias, purificándola terriblemente de su error, con el triple azote de la guerra, de la peste y del hambre, y premiando su fe y su patriotismo con el mantenimiento integro de sus Fueros y libertades, bajo el mismo cetro del escarmentado nieto de Felipe II. 

Dicho sea todo en honor de Cataluña, señaladamente de Barcelona, a quien por aquella guerra conservan odio profundo los unitaristas del liberalismo, y aun muchos católicos que beben en fuentes históricas adulteradas por los defensores de la licencia gubernativa y enemigos de las libertades regionales. 

Ahora bien; ¿por qué se promovió aquella guerra y cuáles fueron los principios? Cien autores lo traen; mas, por lo visto, V. lo ignora, como lo ignoran otros muchos, aun siendo catalanes, y muchísimos más que no lo son. Espanta leer los atroces crímenes de todo género que las tropas de Fernando, acabada la guerra en el Rosellón, cometían con absoluta impunidad en donde quiera se alojasen. Sin embargo, Cataluña, que contribuyó a la victoria en el Rosellón con 3 0.000 combatientes pagados a sus expensas, sufría aquel horrible desenfreno de la soldadesca, esperando que de Madrid se pusiera remedio. 

¡Vana esperanza! Los crímenes aumentaban por todas partes; incendios, robos, asesinatos, sacrilegios, violaciones en masa, crueldades inauditas, sangre y ruinas, desolación y muerte acompañaban a las tropas por donde quiera. ¿Cómo no había de surgir de tanto estrago la guerra vengadora del oprimido catalán, a quien por todo socorro enviaba la corte insultos gravísimos y le encadenaba con nuevas e inauditas tiranías? 

Con todo esto, faltaba un crimen horrendo que agotase la paciencia de los catalanes, y fue cometido en varios infelices pueblos por aquellas turbas armadas. Un documento oficial de aquella época, dice que los segadores, que de todas partes acudían a Barcelona como todos los años, «estaban quejosos de algunos ministros Reales, por las opresiones que éstos les habían hecho en el tránsito de los soldados y por no haber castigado las quemas del Santísimo Sacramento». 

Mentira parece que soldados cristianos y españoles violasen, robasen. incendiasen tantas Iglesias cometiendo sacrilegios inauditos con el augustísimo Sacramento de nuestros Altares. Esto acabó de exacerbar a los pueblos de la alta Cataluña, especialmente del Ampurdán, y unos en pos de otros, al grito de ¡Viva la Religión! y capitaneados por la Cruz, alzáronse contra el desmoralizado ejército. 

A 22 de Mayo de 1640, llegaron a las puertas de Barcelona tres mil segadores bien armados, de diversos puntos de Cataluña, «llevando a guisa de estandarte,—dicen Coroleu y Pella—la imagen grande de un Cristo Crucificado, y a voz en cuello gritaban: Via fora! Visca la Iglesia! Visca lo Rey, y muyra lo mal govern! Entráronse por la ciudad y con gran tumulto de voces se alborotó ella totalmente, y cayeron derribadas las puestas de la cárcel a los pies del diputado Tamarit». 

Quince días después, fiesta del Corpus, un nuevo atropello irritó a los segadores, los cuales se levantaron contra la tiranía a los gritos de:—Vista la Santa Mare Iglesia! Visca lo Rey! Muyran los traidors! 

Ya no había remedio; Cataluña en masa tuvo que seguir la causa de los segadores, que era la suya, y empezó formalmente aquella guerra ensañadísima que Felipe IV agravaba con sus absolutistas inepcias, y que no acabó sino con la caída del conde-duque y el desengaño y nueva política del monarca. 

Ninguna mira separatista llevaban los segadores. Llenos de fe y patriotismo, saqueados y abrevados de ofensas y deshonras por la soldadesca, levantáronse al ver profanados sus templos y el Santísimo Sacramento; no contra la autoridad, sino por ella; no contra la patria, sino por la patria; no contra el rey, sino por el rey. Levantáronse contra el mal gobierno, contra la tiranía de los áulicos, contra los verdugos dé Cataluña; ¡Visca lo Rey y muyra lo mal govern! Eso gritaban después de dar vivas a la Iglesia, y llevando la Cruz por bandera. El Clero en masa les secundó: la Iglesia vino en socorro de la Patria.

¿Qué le parece a V., buen amigo? ¿pueden algo los pobres, los desvalidos-bien lo eran los segadors-cuando se levantan a luchar por la Iglesia y por la patria enarbolando la Cruz? ¿Y V. que es Catalán y catalanista ignoraba esa gloriosa página de la historia de Cataluña? Y si no lo ignoraba, ¿Como V. mismo no respondía con ella a sus preguntas y se explicaba sus vanas dudas?

¡Cuantos hay que se levantan a sabios críticos debiendo bajar a  alumnos de primera enseñanza! Perdone V., que si V. no merece esta exclamación, la merece el caso. 
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(I) Del núm. 6 de La Señal de la Victoria.

APOLOGÍA DEL GRAN MONARCA 
P. José Domingo María Corbató 
Biblioteca Españolista 
Valencia-Año 1904