jueves, 19 de junio de 2014

MILAGROS EUCARÍSTICOS - 22


LA TRANSUBSTANCIACION 

Año 1263, Bólsena Italia 

Si la insigne Catedral de Orvieto es célebre en Italia y fuera de ella, y tan visitada por los aficionados a la belleza artística, especialmente por la riqueza y magnificencia de su fachada, una de las maravillas de Italia, no es menos notable y querida de los devotos hijos de la Iglesia Católica, porque custodia el tesoro inestimable de unos Corporales teñidos en la sangre viva del Redentor. 

El acontecimiento que dio lugar a estos prodigiosos corporales, se halla confirmado por la autoridad de setenta y ocho historiadores italianos y extranjeros, entre los cuales figuran Baronio, Muratori, Panvinio y Ughelli. 

El hecho fue como sigue; Mientras el Sumo Pontifice Urbano IV en el año 1263, junto con su corte se refugio en Orvieto para sustraerse de las sacrílegas vejaciones que cometían en el patrimonio de San Pedro los satélites de Monfredi, intruso rey de Sicilia, cierto sacerdote alemán que se dirigía a Roma, acertó a pasa por Bólsena, campo entonces de la diócesis de Orvieto. El fin de su viaje era el de venerar la tumba de los apóstoles San Pedro y San Pablo e impetrar, por su mediación, la gracia de verse libre de las impertinentes dudas que desde algún tiempo le afligían relativas a la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía; mas antes de proseguir su viaje entróse en la iglesia de Santa Cristina, virgen y mártir, para disponerse a decir Misa. 

Empieza el sacerdote a celebrar el divino Sacrificio, cuando he aquí que en el acto de sostener la Hostia ya consagrada para partirla sobre el cáliz, esta se convierte toda en carne y sangre, a excepción del pequeño fragmento que tiene entre los dedos. Las gotas de sangre que se desprenden de la Sagrada Hostia, matizan los Corporales. Asombrado el sacerdote y deseando ocultar aquella sangre, dobla los Corporales; pero en vano, porque en los pliegues de los mismos se reproducen hasta veinticinco manchas, en las cuales aparece impresa la imagen del Salvador en aquel triste aspecto que fué mostrado al pueblo judío por Pilatos. 

Espantado y casi fuera de sí por el estupor de tantos prodigios y combatido por distintos pensamientos, sin valor ni aliento para continuar la Santa Misa, toma la sagrada Hostia convertida en carne junto con los Corporales y el purificador, desciende las gradas del altar y vase llevando todo eso a la sacristía. En este traslado sucedió que de la Hostia sacrosanta y de los sagrados lienzos destilaron algunas gotas de sangre, quedando señaladas las manchas en cuatro piedras distintas del pavimento, que era de mármol. 

Una de éstas se venera en el altar mismo donde acaeció el prodigio, y la otra en el altar mayor de la nueva iglesia denominada del «Milagro». 

Sumamente conmovido el sacerdote por todo lo ocurrido, tomó la determinación de irse a Orvieto, donde echándose a los pies del Sumo Pontífice Urbano IV, le pide absolución de sus faltas, relatándole la historia del prodigioso suceso. 

Informado del hecho, ordena el Papa al Obispo de Orvieto que vaya a Bólsena y traiga de allí las sacrosantas reliquias. Llegado el Obispo, en presencia del Clero y de una multitud inmensa de pueblo que había acudido, toma de la sacristía de la iglesia de Santa Cristina la Hostia adorable y los sagrados lienzos tintos en sangre, y acompañado de los sacerdotes y del pueblo se dirige a Orvieto. 

Junto al puente que atraviesa el torrente llamado Riochiaro, le sale al encuentro el Sumo Pontífice acompañado del Sacro Colegio de Cardenales, de todos los eclesiásticos, Corporaciones religiosas, de las Autoridades civiles y militares y de una innumerable multitud de fieles. 

El supremo Jerarca de la iglesia adora profundamente inclinado y con las rodillas en tierra el augusto Sacramento, recibiendo de manos del Obispo la sagrada Hostia convertida en carne, así como los Corporales teñidos en la preciosísima Sangre de Jesucristo, y entre los devotos cánticos del clero y del pueblo los traslada a la ciudad, depositándolos en el sagrario de la Catedral. ¡He aquí, después de la de Daroca en España, la segunda procesión del Corpus Christi! 

Y en verdad fue providencial este admirable acontecimiento, pues acabó de determinar al Sumo Pontífice Urbano IV a instituir en toda la universal iglesia la festividad del Corpus Christi, que ya hacía tiempo le era suplicada por la Beata Juliana, cisterciense de Lieja. 

Esta anual solemnidad fue decretada por medio de la Bula Transiturus, publicada en Orvieto al año siguiente, 1264, y fijada a perpetuidad para el jueves después de la octava de Pentecostés. 

Este prodigioso suceso dio más tarde lugar a que los orvietanos edificaran su magnífica Catedral, célebre en toda Italia, por su incomparable fachada, en la que se encuentra reunido cuanto puede desearse de armónico, rico, bello y grande en arquitectura, pintura, escultura y obra de mosaico.

Los santos Corporales teñidos en la prodigiosa Sangre, son venerados en un magnífico altar de la misma Catedral dentro de un precioso tabernáculo, Monumento perenne, templo y tabernáculo, del prodigio allí acaecido, así como de la religión y liberalidad de aquel pueblo. 

Rafael ha hecho de este milagro el asunto de uno de sus más célebres cuadros que existen en el Vaticano. 

(Baronio. Am. Ecl. siglo XIII.-Ughelli, ital. sacra.)

P. Manuel Traval y Roset