jueves, 22 de marzo de 2012

LE DESTRONARON (II)

EL ORDEN NATURAL Y EL LIBERALISMO

“La libertad no existe al comienzo sino al
fin. Ella no está en la raíz, sino en las 
flores y los frutos.” 

Charles Maurras 

Hay una obra que recomiendo particularmente a aquellos que deseen tener una vi-sión concreta y completa del liberalismo, a fin de poder luego preparar conferencias desti-nadas a personas que conocen poco este error y sus ramificaciones, y que acostumbran “pensar de modo liberal”, incluso entre católicos apegados a la tradición. A menudo no se dan cuenta de la penetración profunda del liberalismo en toda nuestra sociedad y en todas nuestras familias.

Uno confesará fácilmente que el “liberalismo avanzado” de un Giscard d'Estaing en los años 1975 ha conducido a Francia al socialismo; pero seguirá creyendo de buena fe que la “derecha liberal” podrá librarnos de la opresión totalitaria. Las almas conformistas no saben muy bien si deben alabar o censurar la “liberalización del aborto”, pero estarían dis-puestas a firmar una petición para liberalizar la eutanasia. De hecho, todo lo que lleva la etiqueta de libertad lleva, desde hace dos siglos, la aureola del prestigio que ciñe esa palabra “sacrosanta”. Y sin embargo es de esta palabra que nos estamos muriendo, pues es el liberalismo que envenena tanto la sociedad civil como la Iglesia. Abramos este libro del cual hablé – Libéralisme y Catholicisme [Liberalismo y Catolicismo] del Padre Roussel17, aparecido en 1926 –, y leamos esta página que pinta muy concretamente al liberalismo (págs. 14-16), agregando un pequeño comentario.

“El liberal es un fanático de independencia, la proclama hasta el absurdo, en todos los ámbitos.”

Se trata de una definición; veremos cómo se aplica y cuáles son las liberaciones que reivindica el liberalismo.

1. “La independencia de lo verdadero y del bien en relación al ser: es la filosofía relativis-ta del movimiento y del devenir. La independencia de la inteligencia en relación a su objeto: la razón soberana no tiene que someterse a su objeto, sino que lo crea; de allí, la evolución radical de la verdad; subjetivismo relativista.”

Subrayemos las dos palabras claves; subjetivismo y evolución.

Subjetivismo es introducir la libertad en la inteligencia, cuando por el contrario, la nobleza de ésta consiste en someterse a su objeto; consiste en la adecuación o conformidad del sujeto que piensa con el objeto conocido. La inteligencia funciona como una cámara fotográfica, debe reproducir exactamente los rasgos inteligibles de lo real. Su perfección consiste en su fidelidad a lo real. Por esta razón, la verdad se define como la adecuación de la inteligencia con la cosa. La verdad es la cualidad del pensamiento que está conforme con la cosa, es decir con lo que es. No es la inteligencia quien crea las cosas; son éstas las que se imponen tal como son a la inteligencia. En consecuencia, la verdad de lo afirmado de-pende de lo que es: es algo objetivo; y aquel que busca lo verdadero debe renunciar a sí, renunciar a una construcción de su espíritu, renunciar a inventar la verdad.

Al contrario, en el subjetivismo, es la razón la que construye la verdad: ¡nos encon-tramos con la sumisión del objeto al sujeto! El sujeto se vuelve el centro de todas las cosas. Estas no son más lo que son, sino lo que se piensa de ellas. El hombre dispone entonces a su gusto de la verdad: este error se llamará idealismo en su aspecto filosófico, y liberalismo en su aspecto moral, social, político y religioso. Por eso la verdad será diferente según los individuos y los grupos sociales. La verdad es necesariamente compartida. Nadie puede pretender poseerla exclusivamente y en su totalidad; ella se hace y se busca sin fin. Uno vislumbra cuán contrario es todo esto a Nuestro Señor Jesucristo y a su Iglesia.

Históricamente, esta emancipación del sujeto con relación al objeto (a lo que es) fue realizada por tres personajes. Lutero, en primer lugar, rechaza el magisterio de la Iglesia y no conserva más que la Biblia, al rehusar todo intermediario creado entre el hombre y Dios. Introduce el libre examen a partir de una falsa noción de la inspiración de la Escritura: ¡la inspiración individual! Luego Descartes, seguido de Kant, sistematiza el subjetivismo: la inteligencia se encierra en sí misma, sólo conoce su propio pensamiento: es el “cogito” de Descartes, son las “categorías” de Kant. Las cosas mismas son incognoscibles. Finalmente Rousseau: emancipado de su objeto y habiendo perdido el sentido común (el recto juicio), el sujeto queda sin defensa frente a la opinión común. El pensamiento del individuo se di-luye en la opinión pública, es decir, en lo que todo el mundo o la mayoría piensa; y esta opinión será creada por las técnicas de dinámica de grupos, organizadas por los medios de comunicación que están en las manos de los financieros, de los políticos, de los francmaso-nes, etc. Por su propio peso, el liberalismo intelectual lleva al totalitarismo del pensamien-to. Del rechazo del objeto se pasa a la desaparición del sujeto, maduro entonces para sufrir todas las esclavitudes. El subjetivismo, al exaltar la libertad de pensamiento, desemboca en la destrucción del mismo. 

La segunda nota del liberalismo intelectual, según hemos señalado, es la evolución. Rechazando la sumisión a lo real, el liberal es arrastrado a rechazar también la esencia in-mutable de las cosas; para él, no hay naturaleza de las cosas, no hay naturaleza humana estable, regida por leyes definitivas, establecidas por el Creador. El hombre vive en una perpetua evolución progresiva; el hombre de hoy, no es el hombre de ayer; se cae en el rela-tivismo. Más aún, el hombre se crea a sí mismo, él es el autor de sus propias leyes, que de-be remodelar sin cesar, según la sola ley inflexible del progreso necesario. Es el evolucio-nismo en todos los ámbitos: biológico (Lamarck y Darwin), intelectual (el racionalismo y su mito del progreso sin fin de la razón humana), moral (emancipación de los “tabúes”), político-religioso (emancipación de las sociedades con respecto a Jesucristo).

La cima del delirio evolucionista es alcanzada con el Padre Teilhard de Chardin (1881-1955) quien afirma, en nombre de una seudociencia y de una seudomística, que la materia se transforma en espíritu, lo natural en lo sobrenatural, la humanidad en Cristo: triple confusión de un monismo evolucionista inconciliable con la fe católica. 

Para la fe, la evolución es la muerte. Se habla de una Iglesia que evoluciona, se busca una fe evolutiva. “Debe someterse a la Iglesia viviente, a la Iglesia de hoy”, me escribían de Roma en los años 1976, como si la Iglesia de hoy no debiera ser idéntica a la Iglesia de ayer. Yo les respondo: “¡En esas condiciones, mañana ya no será verdad lo que ustedes dicen hoy!” Esas personas no tienen ya noción de la verdad, ni del ser. Son modernistas.

2. “La independencia de la voluntad en relación a la inteligencia: fuerza arbitraria y cie-ga, la voluntad no tiene por qué preocuparse de los juicios de la razón, ella crea el bien, así como la razón la verdad.”

En una palabra, es lo arbitrario: “Así lo quiero, así lo mando; así, sencillamente, por mi voluntad.”

3. “La independencia de la conciencia en relación a la regla objetiva y a la ley; la con-ciencia se erige ella misma como regla suprema de la moralidad.”

La ley, según el liberal, limita la libertad y le impone una coacción primeramente moral: la obligación, y en segundo lugar física: la sanción. La ley y sus coacciones se opo-nen a la dignidad humana y a la dignidad de la conciencia. El liberal confunde libertad y libertinaje. Ahora bien, Nuestro Señor Jesucristo por ser el Verbo de Dios es la ley viviente; se ve entonces, una vez más, cuán profunda es la oposición del liberal a Nuestro Señor.

4. “La independencia de las fuerzas anárquicas del sentimiento en relación a la razón: es uno de los caracteres del romanticismo, enemigo de la primacía de la razón.”

El romántico se complace en lanzar “slogans”: condena la violencia, la superstición, el fanatismo, el integrismo, el racismo, sólo en la medida en que estos términos despiertan la imaginación y las pasiones humanas y con el mismo espíritu, se hace apóstol de la paz, de la libertad, de la tolerancia, del pluralismo.

5. “La independencia del cuerpo en relación al alma, lo animal en relación a lo razonable: es la inversión radical de los valores humanos.”

Se exaltará la sexualidad, se la sacralizará; se invertirán los dos fines del matrimo-nio (procreación y educación por una parte, sedación de la concupiscencia por otra) fijándo-le como fin primario el placer carnal y la “realización de los dos cónyuges” o de los dos “socios”. Es la destrucción del matrimonio y de la familia; sin hablar de las aberraciones que transforman el santuario del matrimonio en un laboratorio biológico, o que ven al niño no nacido como material de base para cosméticos y fuente de jugosos beneficios(1)

6. “La independencia del presente en relación al pasado; de allí el desprecio de la tradi-ción y el amor enfermizo de lo nuevo, bajo pretexto de progreso.”

Es una de las causas que San Pío X asigna al modernismo: “Nos parece que las causas remotas pueden ser reducidas a dos: la curiosidad y el orgullo. La curiosidad que no ha sido sabiamente ordenada explica suficientemente todos los errores. Tal es la opinión de nuestro predecesor Gregorio XVI: ‘es un espectáculo la- 18 Cf. Fideliter, N° 47, págs. 40-55. 14 mentable ver hasta dónde llegan las divagaciones de la razón humana una vez que se ha cedido al espíritu de novedad’.”(2)

“La independencia del individuo en relación a toda la sociedad y a toda autoridad y jerarquía natural: independencia de los niños con respecto a sus padres, de la mujer con relación a su marido (liberación de la mujer); del obrero hacia su patrón; de la clase obrera en relación a la clase burguesa (lucha de clases).”

El liberalismo político y social es el reino del individualismo. La unidad de base del liberalismo es el individuo(3). Este es considerado como un sujeto absoluto de derechos (los “derechos humanos”) sin referencia alguna a los deberes que lo ligan a su Creador, a sus superiores o a sus semejantes, y particularmente sin referencia a los derechos de Dios. El liberalismo borra todas las jerarquías sociales naturales, y haciéndolo, deja finalmente al individuo solo y sin defensa frente a la masa, de la cual no es más que un elemento intercambiable y que acaba por absorberle totalmente.

Por el contrario, la doctrina social de la Iglesia afirma que la sociedad no es una ma-sa informe de individuos(4), sino un organismo formado de grupos sociales coordinados y jerarquizados: la familia, las empresas y oficios, las corporaciones profesionales y por fin, el Estado. Las corporaciones unen patrones y obreros en una misma profesión para la de-fensa y promoción de sus intereses comunes. Las clases no son antagónicas, sino natural-mente complementarias(5). La ley “Le Chapelier” (del 14 de junio de 1791), que prohíbe las asociaciones, aniquila las corporaciones que fueron el instrumento de la paz social desde la Edad Media; esa ley fue el fruto del individualismo liberal, pero en lugar de “liberar” a los obreros, los aplastó. Y cuando en el siglo XIX, el capital de la burguesía liberal hubo aplas-tado la masa informe de los obreros, transformada en proletariado, se ideó, siguiendo la iniciativa de los socialistas, la reunión de los obreros en sindicatos; pero los sindicatos no hicieron más que agravar la guerra social, al extender a toda la sociedad la oposición artificial del capital y del proletariado. Se sabe que esta oposición, o “lucha de clases”, fue el origen de la teoría marxista del materialismo dialéctico; así, un falso problema social ha creado un falso sistema: el comunismo(6). Y después, desde Lenín, la lucha de clases se vol-vió, por medio de la praxis comunista, el arma privilegiada de la revolución comunista.(7). 

Retengamos entonces esta verdad histórica y filosófica innegable: el liberalismo lle-va, por su inclinación natural, al totalitarismo y a la revolución comunista. Se puede decir que es el alma de todas las revoluciones modernas y simplemente, de la Revolución.

Notas:
(1) cf. "Fideliter" Nº 47
(2) Encíclica "Pascendi" del 8 de septiembre de 1907.
(3) Daniel Raffard de Brienne, "Le deuxieme étendard", p. 25.
(4) Cf. Pío XII - Radio Mensaje de Navidad a todo el mundo, 24 de diciembre de 1944.
(5) Cf. León XIII, Encíclica "Rerun novarum" del 15 de mayo de 1891.
(6) Cf. Pío XI, Encíclica "Divini Redemtoris" del19 de marzo de 1937, s 15.
(7) Ibid s 9.

LE DESTRONARON
Mons. Marcel Lefebvre