sábado, 14 de agosto de 2010

MÁXIMAS DE SAN PABLO DE LA CRUZ (VIII)

La pasión de Jesucristo y la Vida interior; el
Santo Paraíso y la Paz del corazón.

I
Examinaos de tiempo en tiempo para ver si Dios solo vive en vuestro corazón. Lo sabréis si tenéis una intención pura en todas vuestras obras, haciendo todas vuestras acciones en Dios y por su solo amor, uniéndolas á las de Jesucristo, que es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida.

II
Permaneced en un total desprendimiento de toda criatura, desprendeos aún de todo consuelo sensible: nuestra viciada naturaleza se mezcla mucho en esto; so pretexto de la mayor gloria de Dios, se hace ambiciosa y busca su propia satisfacción: cosa muy peligrosa y dañosa.

III
Poned todo vuestro cuidado, con la gracia de Jesucristo, en morar en lo interior de vuestra alma, en una verdadera soledad espiritual, para así adorar á Dios en espíritu y verdad. Esto se hará si tenéis cuidado de tener recogidos vuestros sentidos, máxime los ojos.

IV
Dios ama a las almas infantiles, y les enseña la sabiduría del cielo que oculta y esconde a los sabios y prudentes del siglo. No os apartéis nunca de las sagradas llagas de Jesucristo, y tened siempre vuestro corazón rodeado y penetrado de sus sufrimientos.

V
Jesús mora y descansa en el seno de su divino Padre; allí es donde conduce y hace reposar a sus queridas ovejas. Esto se hace en la morada interior del alma por medio de la fe pura, del total desprendimiento de las criaturas y del santo amor. Pero una gracia tan señalada no se concede sino a aquellos que se esfuerzan para adelantar cada día más en la humildad, la sencillez y la caridad.

VI
El silencio y el Retiro son dos medios muy eficaces para elevarse a Dios y entrar en el santuario de su amor… Cuando el alma tiene sujetas las pasiones, cuando vive retirada en Dios y camina a la luz de la fe, está en este misterioso silencio, y entonces el Verbo divino nace de una manera toda divina y espiritual en ella.

VII
Velad mucho sobre nuestros sentidos y principalmente sobre vuestros ojos; porque el que está en la puerta o ventana de su casa ve bien lo que pasa fuera, pero no ve lo que pasa dentro; al contrario, el que permanece en el interior de la casa, ve lo que pasa y se hace; y nada se le oculta… Aquel que se aplica á la modestia de los ojos adquiere el espíritu interior, y no está expuesto a perder el precioso tesoro de la divina gracia.

VIII
Guardad bien el santuario de vuestra alma; tened siempre encendidas delante del altar las lámparas de la fe, de la esperanza y de la caridad.
Profunda humildad, silencio riguroso, anonadamiento respetuoso en la presencia de Dios: he aquí el medio de volar muy alto.

IX
Amad el retiro interior, reposad pacíficamente en el seno del Padre celestial con la vista en vuestra nada; gemid como niño, y representadle la astucia que usa el demonio para perderos. El la conoce bien, pero quiere que os quejéis con gemidos de niño.

X
Huid del mundo y comenzad por poner generosamente el respeto humano debajo de vuestros pies: no os a avergoncéis de ser siervo de Jesucristo. Mirad al mundo con el mismo horror que os inspira un criminal. Sabed que en él se respira el aire pestilencial de mil y mil pecados que a diario se cometen y que es necesario llorar con lágrimas de sangre.

XI
¿Qué buscamos en este mundo, en donde no se respira sino un aire emponzoñado por tantos crímenes?
Yo os ruego que tengáis cerrada la puerta á toda criatura y permanezcáis en el secreto de vuestro corazón. Para tratar a solas con el Soberano y amado Bien, es indispensable no tener con las criaturas más relaciones que la que pide y reclama la caridad; y nada más.

XII
La Iglesia y la celda son el paraíso terrestre de los verdaderos siervos de Dios. No tengáis sino tres lugares de delicias, a saber: la Iglesia, la celda o casa, y el templo interior de vuestra alma, que es el principal.

XIII
Los locutorios son la ruina de los monasterios. Guardad el silencio como una llave de oro, destinada a conservar el tesoro de todas las virtudes que Dios ha puesto en nosotros. La divina Bondad, yo lo espero, os hará comprender cuanto os he dicho, con tal que seáis humildes, y permanezcáis en vuestra nada.

XIV
Mañana es la fiesta del triunfo de nuestra amorosísima Madre. Preparé monos a celebrarla con júbilo y espiritual alegría. Ofrezcámosle dos ramilletes compuestos el uno de las místicas flores de todas las virtudes, y el otro de todas nuestras miserias y necesidades; pidámosle que, cual madre cariñosa y compasiva, alimente nuestras almas con la leche de sus bondades y misericordias.

XV
Regocijémonos en Dios del brillante triunfo de María, nuestra Reina y Madre. Que nuestros corazones salten de gozo al contemplarla elevada más que todos los Santos y Ángeles, sentada a la diestra del Omnipotente, coronada de estrellas, rodeada de resplandores y recibiendo pleito homenaje de toda la corte celestial.

XVI
Desde este valle de lágrimas dirigid vuestras miradas a las divinas alturas, deseando con ansia el momento de ir a uniros a Dios y a María Santísima que os esperan en el santo Paraíso. Contemplad a menudo el cielo; después decid con trasportes de santa alegría: ¡Oh qué bella mansión existe allí arriba! Ella nos está preparada.

XVII
Si os detenéis en la contemplación de la felicidad del Santo Paraíso, ¡Oh, qué suspiros inflamados saldrán de vuestro pecho, expresión manifiesta del deseo continuo que tenéis de poseerle! Decid con frecuencia, los ojos bañados en dulces lágrimas: “Nada me agrada en este mundo; yo sólo deseo a mi Dios. Sí, yo lo espero, quiero poseerle, y lo espero por su misericordia, por los méritos de la Pasión de mi Salvador, y por los dolores e intercesión de mi querida Madre, María Santísima.”

XVIII
Cuando veis u os paseáis por frondosos bosques y hermosos campos matizados de flores, decid: Hay cosas más bellas todavía… ¡Allí, en lo alto, están las verdaderas delicias y los imperecederos placeres!...
Después quedaos absortos en el pensamiento y en el deseo de este Océano inmenso de la felicidad de que disfrutan los santos en el cielo.

XIX
¡Qué hermoso es el firmamento, todo tachonado de fulgentes astros! Sin embargo, no es sino el pavimento de la patria bienaventurada adonde espero ir un día. Las grandezas de este mundo son tan pobres, que lejos de consolarme, me inspiran pena y disgusto; me parece que hace mil años que espero la feliz suerte de ir a ver cara a cara a mi Dios y Bien Soberano.

XX
Apenas el alma entra en el Paraíso, es trasformada en Dios y Dios esta todo en el alma, de tal suerte, que ella queda como divinizada. Arrojad una gota de agua dulce en el mar; el mar la adsorberá de modo que no se podrá distinguir la una de la otra. Así el alma del bienaventurado, sumergida en el inmenso Océano de la Divinidad, es como divinizada; ella está unida a la divina esencia y como deificada; ella está así unidad a Dios por el amor.

XXI
Las paredes de la prisión del cuerpo se desmoronan y caen en polvo, a medida que pasan los meses y los años, y la pobre prisionera no tardará en gozar de la libertad de los hijos de Dios… Suspirad, pues, por la dichosa patria; dejad a vuestro corazón tomar su vuelo hacia las divinas alturas.

XXII
Bebed todos los días en el cáliz del Salvador y embriagaos, ¿y cómo? por el amor puro y el sufrimiento; mezclad los dos, o bien, arrojad alguna gota de vuestros sufrimientos y ardientes deseos en el Océano del divino Amor.

XXIII
Hijo mío, me dijo un día Dios, hijo mío, en el cielo el alma bienaventurada estará unida a mí no como un amigo a otro a amigo, ni como un hijo a su padre, sino como el hierro penetrado por el fuego y hecho ascua.

XXIV
Si deseáis tener aún en esta vida un destello de la bienaventuranza del cielo, procurad permanecer tranquilos en el sagrado Corazón de Jesús; es decir, cuidad de no perder la paz interior, aunque el mundo se arruine.

XXV
Una de las mejores pruebas de que un alma marcha por el camino del cielo y hace rápidos progresos en la virtud, es permanecer en paz en medio de los tráfagos del mundo, los ataques del infierno y las contradicciones de las criaturas. Sed firmes en este punto, y burlaos de todos los asaltos de los demonios.

XXVI
Manteneos sobre la cruz con grande igualdad de espíritu, mostrándoos, en lo posible, tranquilo, sereno, sin quejaros de nadie ni de nada.
Bebed con amor el cáliz que os ofrece Jesucristo mismo; si es amargo al paladar, es dulce al corazón. Lo que yo os recomiendo mucho es que conservéis vuestra alma en paz y sin turbación.

XXVII
Que el mundo piense y diga lo que quiera de nosotros, nosotros debemos poner todo nuestro empeño en conservar la paz del corazón. Nada puede separarnos de Dios, sino el pecado ¡Viva Jesús! Tengamos constantemente el corazón dirigido hacia el paraíso.

XXVIII
Conservad la paz del corazón a todo precio; no hagáis caso de los vanos temores ni de los escrúpulos. La experiencia os enseñará que todos esos temores son verdaderas locuras, que deben ser arrojadas en el fuego del divino amor. Yo os ruego que tengáis en mucho la gracia que el Señor os concede, esto es, de tener siempre el corazón contrito y humillado.

XIX
Haced un haz de todas vuestras dudas y temores, y arrojadle en el fuego de la divina caridad. Vivid en una santa confianza, reposando vuestra alma en el seno de vuestro Padre celestial.
Tened gran cuidado de conservar la tranquilidad del corazón, porque Satanás pesca en el agua turbia.

XXX
En medio de las dudas y temores que os acometen, humillaos delante del Señor; aceptad ese trabajo en expiación de vuestras faltas, y sumergíos enteramente en el Soberano Bien; dejaos reducir a cenizas por las llamas del divino Amor. Creedme: este divino fuego consumirá todos vuestros defectos y el polvo de los vanos temores y escrúpulos, y vuestra alma quedará más pura y más encantadora a los ojos del celestial Esposo… Las visitas misericordiosas que os hace el divino Salvador os dan a conocer cuánto os ama y cuándo desea teneros en el santo Paraíso.

XXXI
Cuando os halláis rodeado de desconsuelos y de escrúpulos, decid: “Si, Jesús mío, sí; tengo la firme confianza de que me habéis perdonado, y que mis confesiones han sido bien hechas… Yo creo a vuestro ministro que me lo asegura, y no al demonio que pretende desanimarme y quitarme la paz del corazón. Así, pues, alma mía, ¡valor! Dios te ha perdonado, espera en El. ¡Oh Dios mío, mi buen Padre! Yo espero en Vos, yo os amo… Que el amor de Jesús reine en mí, para que yo reine con El en el santo Paraíso por toda la eternidad! ¡Viva el amor de Jesús!


San Pablo de la Cruz